domingo, 5 de junio de 2011

Espero no arrepentirme, pero sé que lo haré.

¿Que pasa si en vez de intentar arreglar la máquina
prefieres mirar todas sus piezas, rozarlas, sentir
el fío tacto del metal, pensar porque funcionan y
a quien se le ocurrió crearla, en el flujo de electrones...?

Hace ya días, muchísimos días que vengo aquí intentando encontrar paz, bañarme con las horas, las ideas, incoherencias y las letras, intentando perderme en mí misma, vagar a la deriva entre mis ideas, beber hasta saciar mi sed, y chillar hasta que me quede sin voz, pero siempre acabo huyendo. Huyo, huyo de mí misma por miedo a darle la espalda al mundo. Tengo miedo a perderme en mi misma por si no logro volver a salir a tiempo. No hay nada que desee más, pero ahora el tiempo no es un infinito, es una cuenta atrás, una espeluznante cuenta atrás. Los días van de más a menos y los enfoco a la inversa, desde el cero al infinito para que el miedo no se apodere de mí, así cuento los días como Día 1, Día 2, Día 3... y no sé cuál de todos va a es aquel en que el temporizador llegue a 0. Tampoco quiero saberlo, no voy a mirarlo porque si lo hago, todos mis esfuerzos por darle la vuelta habrán sido en vano, y será inútilmente una cuenta atrás que calcularé sin darme cuenta. 

Vivo dividida, entre mi razón y mis instintos vaya. Aún así no me acaba de gustar llamar razón al sinsentido e instinto a lo que necesito. Vivo dividida entra el deber y la necesidad. Debo centrarme en la incoherente realidad, y sin embargo necesito saciar mi sed con cosas que la primera no contempla ni de lejos. 

La estoy fastidiando, y lo sé. Lo que más me duele es que lo sé. Lo he asumido pero no hago nada para evitarlo. Ahora, que es cuando debería volcar todo mi ser hacía un objetivo, enfocarlo todo hacía el mismo punto es cuando más disperso está. Más perdido que nunca, más decidido que nunca a no querer encontrarse. Veo la meta, pero prefiero sentarme a contemplar el paisaje hasta que la culpa me quema y decir levantarme para andar dos pasos. Y me vuelvo a sentar porque lo que veo detrás de esa meta no me gusta. ¿Que hago? ¿Invento caminos para recorrer el mundo sin llegar nunca a un punto fijo? ¿Invento nuevos rumbos cada vez que lo que vea al final de un camino no me guste? Eso es huir. Es curioso pero hace nada dije que sólo quería huir, huir conmigo misma como único equipaje. Quizás sea eso lo que en realidad quiero.
Pero huir representa dar la espalda a todo y a todos, y no tener a nadie que te levante cuando te caigas y no puedas levantarte y no sé si estoy preparada para enfrentarme al mundo tan sola.

Debería estar muy lejos del teclado, muy lejos de este sitio, pero aquí estoy, lo necesito, hace demasiado que lo necesito. Siento que, con cada palabra que aquí dejo por escrito me alejo más y más de la meta. Alba me preguntó un día porqué no venía a visitar mi mundo y darle los buenos días, las buenas noches y contarle que forma tiene el tiempo, o de que color es el agua. No recuerdo muy bien que contesté, pero la idea de lo que le dije era que había preferido obviar la necesidad y volcarme en el deber. ¡Que gran mentira! Pero llevo tiempo diciéndolo en voz alta, como si de esta manera lograra convencerme a mi misma. No he podido y esto es una prueba de ello.

Ahora recuerdo una frase que le encanta a Igor "sólo podemos existir si es tomando rodeos". La frase es de Hans Blumenberg un autor que imagino admirará cómo admira a Kant o a Chesterton, porque ha saltado del avión gritando su nombre con voz firme. Con ese nombre empezaba el escrito que le abriría las puertas a más saber, y si no empezaba así exactamente recuerdo que estaba en la primera frase. Otra cosa que intento evitar es hablar con Igor, porque para mí a pesar de formar parte del deber constituye claramente una necesidad. Hace mucho que necesito perderme por las infinitas ramas que siempre me acaba poniendo en bandeja. Hace mucho que necesito vomitar todas mis incoherencias para las desmonte con una frase firme.


También necesito a Alba, necesito sus conclusiones, sus dudas, los resultados de sus experimentos, y sus minutos de silencio, de los pocos silencios en los que me siento cómoda. Necesito todo eso porque es más fácil ver el camino si hay dos linternas iluminando que si hay sólo una. Hace mucho que lo necesito. 



Asia. Una cosa a la que no me he atrevido a renunciar del todo es Asia, pero me he puesto cadenas para llegar a ella contadas veces, durante un tiempo x determinado. Lo del tiempo es inútil, porque siempre lo acabo sobrepasando y las cadenas las rompería si no fuera porque ella las refuerza a diario. Me he acostumbrado demasiado a ella para poder renunciar, es una parte de mi consciencia, una esponja que absorbe todos mis desviaros.

También forma parte de mi necesidad Orión, a quien pienso acudir en cuánto el temporizador llegue a 0, porque es una fuente de saber, está a rebosar de agua y dispuesto a repartirla entre aquellos que tienen sed. Me doy cuenta de que a Orión tampoco he renunciado. Siempre voy en busca de la canción que cada día me espera en mi buzón de entrada, siempre en busca de la locución en latín, y siempre busco santos. Es una de las rutinas que más necesito.

En realidad no he renunciado a nada, ni a Alba a quien vengo a visitar todos los días, y me quedo más tiempo del que debería. Ni a Asia, ni a Orión. Ni a Igor a quien volví con la misma que pregunta que tantas veces le he hecho, con la misma búsqueda... el sentido del mundo, el sentido de todo. 

Contemplo desde fuera mi yo dividido, y racionalmente intento caminar hacia el que representa el deber, pero lo hago aparentemente, toda yo estoy volcada en mi necesidad. Esto va a tener consecuencias, desagradables sin lugar a dudas, ¿pero que puedo hacer? Lo he intentado pero me es imposible, todo esto escapa a mi control, y la razón no puede controlar a los instintos. Quizás porque la razón misma se ha cegado con la necesidad de conocer y no de memorizar.


Un grito ahogado.
M.P.F.

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