lunes, 3 de octubre de 2011

Esbozos en lo abstracto.

Kandinsky (1a acuarela abstracta)

Tengo que recordar como ocurrió todo exactamente… quitarle el polvo al baúl y empezar a recordar, y hacerte recordar a ti también la historia de una vida que de seguro recuerdas de algún sueño profundo de cualquier fría y larga noche de invierno. Si no recuerdo mal, ella se llamaba Margarita. 


Margarita fue un día parte de la sociedad, una parte que se movía para y con esa sociedad. Supongo que todos lo fuimos alguna vez, hasta que llega un instante en tu vida en que te das cuenta cuán alejado estás de todo eso y que nunca podrás volver ahí. 

No puede situar las acontecimientos en el tiempo, o no puede ajustar el tiempo a su evolución, sólo sabe que comenzó con un libro, un libro que le llevó a muchos otros, y cuanto más se adentraba en ese mundo teórico, más se alejaba del práctico, y cuando quiso darse cuenta ya no podía volver al mundo convencional. No es que no pudiera, es que ya no se sentía cómoda allí, ya no había lugar para ella, todo le sabía a poco, odiaba a todo el mundo, se burlaba internamente de todos, y se sentía terriblemente sola. Así fue como Margarita decidió encerrarse en si misma, embotellar toda su esencia, esconderla del mundo. Lo que esos años habitó el mundo fue su personaje, el que ella había creado. Margarita sentía que estaba por encima, sentía que sabía algo que todos los demás ignoraban, sentía que había conseguido engañar al juego de la vida, salirse y verlo todo desde fuera. Su personaje participaba en el juego sin mayor dificultad, el juego era simple, normativizado, mundano. Se divertía al observar la seriedad con que la gente se lo tomaba, y se sentía bien por ser capaz de verlo desde fuera, pero también se sentía terriblemente sola e infeliz. Ellos sufrían por las banales circunstancias del juego, pero eran felices con similares banalidades. A ella no le afectaban esas preocupaciones, pero tampoco podía encontrar su felicidad en esas trivialidades. Así pasó años vagando por el mundo, hundiéndose en la rutina para no volverse loca. Hasta que se cansó, se cansó del mundo y de su inconsciencia. Ya no quiso formar parte del juego, ya no le divertía. Se dedicó a pasearse por el mundo con el disfraz puesto y alimentarse de cada sonrisa, cada palabra que se saliera de la norma general, cada mente que tuviera un mínimo para exprimir. Fue realmente poco lo que encontró, y así también se cansó de buscar; pero fue curiosamente en ese preciso instante en el que Margarita abandonó su búsqueda cuando apareció Asia. Asia fue en esa época un soplo de aire fresco, como la lluvia fría que se posa en tu piel tras un día de poniente, como esa bocanada de aire que coges desesperadamente al salir del fondo del mar, como el sabor que tiene el primer trago de agua en medio del desierto. Asia era vida, la vida que Margarita se cansó de buscar. Llegó como un huracán, de una pasada destruyó toda la telaraña que se había creado, todos los montones de basura acumulados, todos los trozos de sueños rotos, y disipó toda la oscuridad. Le dio a Margarita ese terreno limpio y fresco sobre el que empezar a construir y compañía en la autoconsciencia. Asía estaba a otro nivel, estaba por encima de la sociedad. Margarita lo vio, yo mismo lo vi, lo que nunca supe es en qué punto se encontraba exactamente. A Margarita eso no le importó nunca, Asia había roto de alguna forma con el juego y con eso le bastaba. Ella estaba enamorada de la vida, y desprendía amor. Su risa, su espontaneidad, su jovialidad, su luz… todo te atraía, todo te incitaba a caminar, a correr, a saltar, a vivir por encima del mundo, al margen de la sociedad, a vivir fuera del juego. Margarita por fin dejó de interesarse por la tierra, tenía compañía en el cielo, tenía cuanto había buscado, tenía a su estrella polar. Así, cada noche antes de dormir se abrazaba a su estrella, sólo suya, puesto que nadie más podía ver su luz, no de esa forma. Nadie sabía apreciar la esencia de Asia, toda la magia que encerraba. 

Asia le hacía evolucionar, le aportaba mucho más de lo que Margarita jamás hubiera imaginado. Le enseñó humildad, exclusividad, irracionalidad, a soñar y a perseguir un sueño. La conexión que tenían era intelectual, y aunque nadie se diera cuenta de ello era la más pura, la más perfecta, la más fuerte que podía existir y puede existir entre dos personas. La relación era un todo que representaba la nada, una nada que lo representaba todo. La una era el gas del mechero y la otra la chispa, y no puede haber llama si algún componente falla.

Recuerdos.
M.F.P.

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