miércoles, 13 de abril de 2011

Sapere aude.

Emprendiendo la eterna búsqueda, el incesante avance,
el insaciable apetito, el eterno sabor a consciencia.

Soy egoísta... demasiado egoísta, al menos en cuanto a relaciones interpersonales. Me explico: Necesito que la persona me aporte algo a nivel intelectual para que yo muestre algún interés por ella. Si a nivel intelectual me complementa, me llena, me atrae, si me aporta algo, es cuando busco su amistad, su compañía. ¿Se entiende? Busco gente diferente a mí, desde luego, y tengo muy presente que las diferencias son buenas, pero necesito personas que sigan la misma trayectoria personal, necesito gente autoconsciente, gente que tenga las mismas inquietudes, gente que haya recorrido caminos en los que yo empiezo a indagar ahora. Creo que todos buscamos algo en la otra persona de una forma u otra, pero cuando lo que buscas está a nivel intelectual todo se vuelve más notorio, las exigencias incrementan, y las compañías que te llenan y se vuelven gratas, escasean. Me parece poco virtuoso que esto sea así, porque de alguna forma  esto no hace más que probar aquello a lo que yo me opongo. El hecho de necesitar que la otra persona te aporte algo hace que la relación deje de ser desinteresada, pero ¿que sentido tendría no buscar nada en el otro individuo, no necesitar que te aporte nada?  Ninguno, no te haría falta la compañía humana, porque al no necesitar que te aporte nada, la misma función puede ser desempeñada por una fría y sólida pared. Luego ¿es realmente egoísmo? ¿Es egoísta buscar el saber en los libros? Pues tampoco ha de serlo el querer buscarlo en las personas. Lo que en realidad creo que busco es un mentor, ese maestro que instruía al discípulo, ese maestro al que poder superar un día. ¿Porque se extinguió este método de enseñanza que los griegos implantaron? Es una lástima que se haya perdido, porque el saber, para imantar al individuo, ha de ser transmitido de una forma muy personal, muy individual. Sólo se puede enseñar aquello que tienes interiorizado, luego sólo puede transmitir un amor por el conocimiento aquel que realmente lo ame, sólo con la pasión que este pueda poner en la enseñanza, logrará que el alumno interiorice ese amor por la sabiduría. Para poner pasión a una acción esta debe ser íntima, entre dos personas, puesto que nos empeñamos en ocultarnos públicamente tras nuestra máscara. He ahí la importancia de la relación maestro-discípulo que existía en la antigua Grecia. Esa era la clave para que los grandes sabios encontraran la luz, el camino para mostrar todo su potencial. La transmisión del saber, lo que debería ser una de las más estrechas e íntimas relaciones lo hemos transformista hoy en día en mucho menos que la sobra de lo que debería ser. La enseñanza es impersonal y lejana, entre el profesorado y el alumno hay una barrera que muy difícilmente se puede traspasar. Todo es frío y objetivo, ha perdido la pasión que tiempo atrás poseía.
Supongo que yo busco aquello que está extinguido, busco conocer codo con codo, mano con mano, cara a cara. Todo muy de cerca, todo muy personal, todo muy cargado de sentimiento. Busco a ese maestro al que superar.
Dependiendo del momento en el que nos encontramos exigimos unas cosas u otras, y yo ahora exijo sabiduría, porque voy en busca del saber. ¿Podré encontrar en algún momento todo lo que busco? Estoy más que convencida de que no, nunca sabré todo aquello que deseo aprender, nunca leeré todos los libro que quiero leer,  nunca alcanzaré todo lo que busco alcanzar. Vemos pues, lo decepcionante que resulta lo finito del tiempo para nosotros, lo injusto que éste es con nosotros. No poseo el tiempo que necesito para recorrer los infinitos caminos que se que existen, a decir verdad no tengo ni tan siquiera una décima parte del tiempo que me gustaría tener. ¿Miedo a la muerte? En absoluto, no tengo miedo a no existir, lo que realmente me asusta es dejar a medias un sendero, que me falte tiempo para completar un proyecto, que no alcance a saciarme con la esencia del mundo.


Una conducta ensimismada.
M.F.P.

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