lunes, 21 de marzo de 2011

Dormir en un abrazo.

dormir en un abrazo.

Me gusta dormir. Más que dormir, lo que me gusta es la sensación de bienestar que te inunda antes de dormir, y nada más levantarse. Me gusta la cama, me gusta estar en la cama, eso sí el tiempo justo para no aborrecerla. Sentir la almohada rozando mi mejilla, y mi cabeza hundirse en ese haz de plumas que inhiben la misma gravedad. Coger el edredón con aroma floral, y envolverte en él. Sí, no se trata de cubrirte simplemente, sino envolverte. Eso sí, no puede ser un edredón cualquiera, tiene que ser uno de plumas, el más voluminoso y mullido de todos. Sentir que estás rodeada, que no hay vacío, que estás entre las plumas. Abrazarte al edredón, o a una almohada. Hundir la cara y respirar ese olor a libertad, ese olor a primavera, a vida. Cerrar los ojos e imaginar que estás donde te apetezca, haciendo aquello que te plazca. Un día puedes estar en el hospital, verte con tu bata blanca, ver el médico que llegarás a ser. Otro día puedes estar en una caravana, tapada con una manta hasta el cuello, viendo cualquier película sin argumento hundida en un reconfortante y cálido abrazo. Al siguiente puedes imaginarte siendo para tus hermanos, la hermana mayor que tú nunca tuviste, y protegerlos, darles una alternativa, darles libertad, entenderlos, y ofrecerles un hogar independiente, crítico con el mundo, un hogar que no los ate, sino que lo apoye, los libere y los engrandezca. Puedes imaginar las forma de rebatir los sólidos argumentos de la filosofía y puedes inventar una conversación en la que llegues a la conclusión que tú quieres. Puedes decir las cosas que siempre quisiste pero nunca consideraste oportuno decir, puedes dar los abrazos que nunca diste, dar los besos que nunca diste, o romper las reglas que nunca rompiste. En definitiva, puedes empezar a moldear tus sueños, aunque siempre acabes soñando algo que nada tiene que ver.

Me gusta sentir ese calor que te rodea entre las plumas, un calor diferente a todos los demás, un calor que no abrasa, no sofoca, un calor que no es tuyo pero tampoco es ajeno a ti. Una calidez que envuelve, hace cosquillas, que adormece. Sentir que los ojos te escuecen, cerrarlos y estar semiconsciente de lo que aún pasa alrededor, oír sin escuchar los diálogos de la película que estabas viendo, intuir sin sentir el libro que aún tienes entre las manos, fundirte con la música que estuvieras escuchando o dar el último beso a la mejilla que tienes pegada a tus labios. Y es que dormir con alguien me gusta infinitamente más que dormir sola. Tener un cuerpo que abrazar, un cuello en el que hundir la cara, un aroma para embriagarte, una calidez para envolverte, es inefable. Dormir fundido en un abrazo eterno, pegado a una fuente de calor, es mi más preciada forma de pasar la noche. Y te das cuenta, aún en sueños, como ese calor te atrae, como te fundes, como los movimientos se coordinan, y cómo tu cara acaba inevitablemente entre sus cabellos, como si respirando su aroma pudieras asegurarte de que sigue ahí. Una vuelta, otra vuelta, y tu nariz está fría, entonces buscas su cuello, y la noche sigue su curso con tu boca y tu nariz pegada a ese cuello que te acompaña. Abrir los ojos en mitad de la noche, sentir tus labios rozado el cuello, darle un beso y seguir durmiendo. Si, definitivamente, lo que más me gusta es dormir, dormir en compañía, dormir en un abrazo.

Recuerdos.
M.F.P.

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